jueves, 19 de junio de 2008

Libros

Reseña: "Déjate de pendejadas"
de Guillermo Faber
“Yo soy el hombre de mi vida”
Herman Von Salts
Para entrar directo al grano, puesto que ni tú ni yo tenemos nada que perder, déjame hacer algunas preguntas. No me las contestes a mí, contéstatelas a ti mismo.
Pero hazlo con absoluta sinceridad, a “calzón quitado”, con plena impudicia si así quieres verlo. Total, nadie tiene que saberlo más que tú mismo.
¿Quién es la persona del mundo que realmente conoces?
¿Quién decide, en última instancia, cómo actúas, cómo te sientes, cómo respondes a los muy variados acontecimientos de tu vida?
¿Quién ha sido el personaje más influyente en la conformación de tu destino personal?
¿De quién depende, más que de cualquier otra persona, tu ubicación en la existencia?
¿A quién tuviste, tienes o tendrás que rendirle siempre cuentas de tus comportamientos, reacciones, ideas, sensaciones y emociones?
¿A través de los órganos sensitivos de quién recibes los impulsos (positivos, negativos, neutros, fantasiosos, realistas, deprimentes, exultantes) que bombardean tu cuerpo y mente mil veces cada día?
¿Quién es la única persona que estuvo presente en cada momento, en cada etapa, en cada coyuntura de tu pasado?
¿Quién es el que te está esperando en tu futuro y tarde o temprano te exigirá cuentas por lo hecho y dejado de hacer?
¿Quién permanece a tu lado en toda circunstancia, favorable o desdichada, así lo llames, lo despidas, le des permiso o pretendas negarle todo acceso?
¿Quién es la única persona que te acompaña desde el instante de tu concepción, y lo seguirá haciendo hasta tu última exhalación, pase lo que pase con tu vida, tus seres queridos, tus amistades, tus posesiones, tus logros, tus pérdidas, tus anhelos, tus desilusiones?
¿A la vigilancia de quién jamás podrás escapar, por hondo que sea el pozo de tu fuga o recóndito de tu guardia?
¿A los ojos de quién nunca podrás esconderte así emigres hasta otro lado del planeta?
¿Los sueños de quién (alucinaciones, espejismos, pesadillas) son los únicos que experimentas y a veces hasta recuerdas por las mañanas?
¿Las conquistas y las faltas de quién te llegan más directamente que las de cualquier otra persona?
¿En quién, sobre todo, piensas cuando dices que “duele más el cuero que la camisa”?

Yo
Obviamente, la respuesta a todas esas preguntas es una minúscula palabrita de letras: yo.
Tú y sólo tú eres, fuiste y serás siempre la medida de tu vida, el tamaño de tus aspiraciones, el alcance de tus ambiciones, la profundidad de tus sacrificios, tu propio aliado más confiable o tu propio enemigo. Por algo se dice que daña más un saboteador sutil que un contrincante feroz.
Es cierto que la palabrita “yo” está muy desprestigiada últimamente. Se le atribuyen toda suerte de males y perversiones. Se dice que es el origen y la motivación de la enfermedad llamada egoísmo, si no es que llega a desembocar en un autismo patológico. Que le hace daño a la familia, a la comunidad, a la sociedad, a la empresa. Que lo aísla a uno de los demás, esto y muchas cosas más.
Tal vez todo eso sea cierto. Sin embargo, no por negar el hecho, éste desaparece. A pesar de todo, el hecho subsiste: yo soy la única persona presente, siempre importante, central de mí existencia. Nos guste o no (te guste o no) tú eres esa persona y lo seguirás siendo siempre en y en todo momento.
Tu
Por mucho que quieras a los demás (o a alguien más en especial), tú estás obligado a vivir el resto de tu vida contigo mismo, ya sea que esa compañía te sea grata o ingrata. Nadie podrá jamás ocupar ese lugar, por más que tú, como cualquier otro, lo quiera.
Por eso, la única fórmula sensata para vivir razonablemente feliz es tratar de llevarte bien contigo mismo. En este esfuerzo difícil y permanente no parece haber mejor receta que ésta, a la vez simple y enrevesada: fijarte en tus dones y descartar tus aprehensiones menores.
No importa tanto si la consecuencia es mejorar o empeorar tu relación con los otros. Suficiente será que mejores tus lazos contigo mismo, para tu propio servicio y con tu propia aprobación.

*Fárber, Guillermo (2004), “La única persona del mundo” en ¡Déjate de Pendejadas!, pp. 13-15.

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